Hace muchos años, vivió en Venecia un gran sastre, que fue muy famoso por su maestría al confeccionar trajes y vestimentas de la mejor calidad, para toda la nobleza europea de la época. Tenía su taller, que también era su casa, entre el Palazzo Ducale y el Mercato de Rialto. Su taller aunque humilde, estaba estratégicamente centrado, pues estaba a pocos metros del Palazzo y no muy lejos del Mercato, en donde acudía a vender sus vestimentas. La sastrería de Filippo o “Uffice di sartoria Filippo” que era el nombre en italiano de esta sastrería, fue creciendo y consolidándose poco a poco. Al pasar el tiempo se fue ganando su lugar entre la clase alta italiana y tal fue su éxito al cabo de los años, que esta pequeña sastrería ya no compraba sus telas en el Mercado, si no que hacia sus pedidos directamente con los grandes mercaderes al desembarcar de los puertos de Oriente. El mismo sastre hizo varios viajes para comprar y negociar directamente los precios de las telas y tessuto en los diferentes puertos como Mormugao en India, Mombasa en África y algunos otros puertos asiáticos. Buscaba en los mercados cercanos a estos puertos las más finas telas y más coloridos telares para su confección. Estableciéndose así como uno de los mejores sastres de toda Europa. Siempre pendiente de su negocio, amaba el arte de la confección a tal grado, que cuando tuvo un hijo, desde pequeño lo llevaba a su taller y le ensenaba con mucha paciencia y amor, los secretos de la confección y sastrería. Conforme el niño crecía, incluso se lo llevó en alguno de sus viajes para enseñarle también a negociar y que buena parte de su fortuna, era debido a las telas que escogían. Así fue como la segunda generación de esta noble manufactura siguió el negocio.
Pero la historia realmente comienza cuando tuve el honor de conocer al legítimo heredero de esta sastrería y artesano de las telas de Nombre Marco Filippo. Pero algo muy sorprendente fue que no lo conocí en Italia, si no en un lugar que pareciera inverosímil para tener un taller de sastrería, pues cuando uno piensa en sastres se le viene a la mente Londres, Paris o en menor medida Milano o Madrid, pero definitivamente no en el lugar en donde yo me lo encontré… Me encontraba caminando en el marcado de Colaba, en las calles vecinas a la Puerta de India de la ciudad de Mumbai, que es un monumento erigido por los ingleses a principio del siglo XX, que conmemoraba la entrada y dominio inglés de la península, pero también en 1948 desfilaron por allí las tropas de infantería ligera del Sommerset cuando se embarcaron en el “Empress of Australia” para nunca regresar. Pues por ese laberinto de calles, se extiende el Mercado, lleno de puestos ambulantes que se comen las aceras, se despliegan y venden todas tipo de mercancías que uno pudiera imaginar; desde frutas y puestos de comida hasta ropa, pieles, especias y demás. Se mezclan boutiques y tiendas con escaparates muy bien montados con los puestos improvisados haciendo un contraste que hace tiempo no había visto. Los barberos postrados en las aceras les cortan las barbas o los cabellos a sus clientes sentados en sillas de plástico y los vendedores de té corren llevando en sus espaldas litros de Masala Chai a todo el que quiera. Pues ahí, a unas pocas cuadras del “Collar de la Reina”, cabe hacer un paréntesis que El collar de la reina fue el nombre que se le dio a la bahía más grande de la costa sur-occidental de la isla de Mumbai en los tiempos de la colonia británica. Durante el reinado de la Reina Victoria de Inglaterra, entre 1837 y 1901, la política imperialista y colonizadora de Inglaterra estaba en su apogeo. El territorio que ocupaban los ingleses en India y otras partes de Asia no fue la excepción, así Mumbai, que se le conocía en ese entonces como Bombay, se expandía a ritmo acelerado. Los ingleses llevaron a cabo una industrialización de la zona y específicamente en este puerto, pues era la entrada a Toda la península de Indostán, la bahía sur-occidental de la isla de Bombay, fue en donde nacían y se esparcían todos estos esfuerzos industrializadores: Se empezó por la construcción de las primeras vías de ferrocarril y esto atrajo un sinfín de personas, que ofreciendo sus diferentes habilidades y destrezas hacían en esta ciudad, su ciudad y fueron sentando raíces. Se abrieron también muchos negocios para darle servicio a la creciente población, tales fueron los casos de talleres de reparación, tiendas y almacenes de mercancías que llegaban de Europa, Medio Oriente y el resto de Asia. Convirtiéndose así, en uno de los puertos más importantes de Asia. Los británicos mantenían el control del puerto y casi todas las casas de los oficiales y mandatarios, hoteles y albergues donde se hospedaban los ingleses eran muy lujosos para la época, Fue así, que en honor a su reina, la bahía en donde se situaban estas casas y hoteles de ingleses, se llamaría más tarde: El Collar de la Reina o “Queen’s Necklace” como se le conoce aquí.
Pero regresando a la historia, mientras caminaba en las calles del mercado de Colaba, conocí al Sastre Filippo, cuando entre por accidente a una tienda que exhibía en sus escaparates camisas de algodón y se anunciaba como sastrería. Me llamó la atención el nombre en italiano. Las telas que exhibía eran de muy buena calidad y de muy variados colores y estampados y no pude resistirme y terminé entando a la tienda. Marco Filippo me atendió directamente, tan mestizo que nunca hubiera imaginado que tenía sangre europea, se dirigió a mi en italiano, cosa que me sorprendió y empezamos la conversación. Me ofreció una tasa de chai, me mostró un sillón y nos sentamos a platicar y así fue como me entere de su gran historia. Heredero de las artes de la confección y la sastrería; nació en Italia hijo de sastre y nieto de sastre. En este lugar alejado de Europa, una sastrería de origen italiano seguía con este linaje. El padre de Marco Filippo fiel a la costumbre y al arte que le habían inculcado desde pequeño, todavía muy joven, decide hacer su primer viaje. Europa todavía respiraba las secuelas de la Guerra Mundial e Italia, todavía no podía salir a flote después del fascismo de Mussolini. El padre de Marco le suplicaba que no fuera, que el mundo ya había cambiado y que los países asiáticos estaban en constantes problemas políticos. En China se había llevado a cabo una revolución que dejo millones de muertos y destronaron a la última dinastía reinante; en Indonesia y las islas Malayas nadie lograba emprender un gobierno duradero y desfilaban diferentes gobernantes, franqueando constantemente pequeñas guerras civiles y en la península de Indostán se estaba empezando a vivir una reciente independencia que había generado hambruna general y había pobreza por todos lados. Sin embargo y a pesar de los consejos de su padre, este muchacho, decidió hacer su primer viaje que lo llevaría al puerto de Mumbai. Imaginándose la gloria que seria, recordando las historias que su abuelo le contaba antes de dormir sobre todos estos puertos, lleno de expectativas llegó a Mumbai, con una maleta y algo de dinero para comprar telas y regresar a Venecia. Rápidamente se empieza a mover en este puerto y se ubica en una pensión de bajo costo en las calles del Mercado de Colaba. Sin embargo, a los pocos días de haber llegado y todavía cansado del largo viaje, se da cuenta que la escasez es lo que abunda en esas calles. Lo único que encontró fueron frutas locales de estación pero no así telas ni nada más, al contrario, el desabasto es generalizado. Los únicos que comían bien eran los zopilotes que volaban en círculos en las chimeneas cilíndricas en dónde colgaban los cuerpos de los Parsi. Sin hablar el idioma pero diestro y hábil para abrirse paso entre los mercaderes, logró hacerse de información, se enteró que la famosa “Bombay Spinning and Weaving Company” compraba todo su algodón de una región al este de Mumbai, cercana a la ciudad de Calcutta. Así, logró pegarse a una caravana de hindúes que iban de peregrinación a los templos de ésta región. El viaje le llevó varios días. Saliendo desde Mumbai hacia el este, uno se ver forzado a pasar por los montes de Lonavala y dirigiéndose hacia Nagpur, qué es la última ciudad al este de la provincia de Maharashtra, lograron llegar finalmente a Karanjea. Con ese entusiasmo que lo caracterizaba, se ubicó rápidamente pero se dio cuenta que los mercados locales estaban con poco algodón y las plantaciones tenían su poca producción, comprometida con los ingleses. El sastre me contó que su padre estuvo lo que bien pudieron ser varias semanas deambulando por diferentes pueblos y mercados e incluso plantaciones de la región y nunca encontró aquellos mercados repletos de algodón que se había imaginado. Caminando sin remedio, sin una idea clara sobre lo que podía hacer o como iba a regresar a casa con la manos vacías, se metió en un templo Hindú cercano al centro del pueblo, ocultándose del inclemente sol que azota esa parte del mundo, se sentó en el piso al lado de una feligresa que estaba en plena oración y haciendo su ritual de ofrenda y rezo. Italiano siendo italiano, la miró fijamente y cruzaron miradas. Angelo que así se llamaba el padre de Marco Filippo, decidió esperar a que la mujer abandonara el templo para abordarla. Me contó que se le olvidó todo lo demás, ya no le preocupó lo que pasaría si regresara a Italia sin nada, no le preocupó su familia ni le preocupó su futuro. Él quería únicamente conocer a tan exótica belleza. Mientras el sudor lo refrescaba a la sombra del templo imitaba los movimientos de los demás mientras le corrían mil pensamientos por minuto. No conocía la cultura, ni la religión ni siquiera sabía que decirle a su doncella, pero bravo como era, se le arrojó a la primera oportunidad que tuvo cuando ella terminó su ritual de ofrenda de arroz, haciendo su reverencia, la doncella se alejó caminando del altar, nunca dándole la espalda a la ofrenda. Él hizo lo mismo pero guardando un poco su distancia. Es obvio que no pertenece allí, pero ese pensamiento nunca le pasó por la cabeza. Su objetivo lo tenía muy claro, conocer a aquella mujer de piel tostada y ojos de carbón. En cuanto la mujer salió del templo y dio media vuelta, Angelo la saludó en hindi con sus pocas palabras que aprendió con los peregrinos que había conocido en la caravana y así fue que ese saludo le abrió la puerta para seguir una conversación y conocer a la que fuera, la madre de sus hijos. Lo demás es historia, Marco Filippo es hijo mestizo de Angelo Filippo, sastre italiano y la feligresa del templo Hindi. La plática duro lo que tenía que durar, nos terminamos un par de chais y le pedí que me confeccionara dos camisas de algodón. Una de color azul y otra de color rosa. Escogí la tela, el modelo y el sastre ágilmente me tomó las medidas. Cuello, brazos, espalda, cintura y pecho. Hice el pago respectivo (que recuerdo bastante moderado) y en un par de días, me llegaron las camisas a mi hotel con la tarjeta de presentación de la Boutique “Filippo” del mercado de Colaba. No cabe duda que son las camisas con más historia que tengo en mi ropero.
