Este relato está dedicado a un gran país. Un país que nació de un sueño, de una idea, de muchos héroes que a diferencia de otros procesos de independencia, este nació de la unión. Una unión que con gran valor y coraje, se enfrentó a un ejército realista que no daba marcha atrás y que utilizaba cualquier método y artimaña para no perder el territorio más importante del imperio Español en el continente. Cada batalla era librada por ambos bandos con rivalidad férrea. Los escenarios en dónde se desarrollaban éstas batallas eran tan contrastantes cómo su territorio. Los frailejones de los páramos se teñían del mismo rojo que la ciénaga grande de Santa Marta. Estaba en juego un gran territorio. Este territorio abarcaba desde lo que hoy se conoce como Panamá hasta Perú y Paraguay. A este pedazo de tierra, que es inmenso y gigante, abundante de riquezas sin igual, se le conocía como la Gran Colombia.
Simón Bolívar libertador de las Américas, fue el eje central de la historia de independencia de la Gran Colombia. Tenía la visión, el sueño de formar un solo territorio, un solo país gobernado por la misma gente que nació en él. Este sueño, este ideal, esa jactancia, ese apetito de libertad se imprimió en el genoma de esta gente. Pero el relato no se trata del proceso independentista de Colombia, si no de mi experiencia al conocer un pedacito de éste grandioso lugar. Dentro de Colombia, existe un pueblo, más bien una pequeña ciudad muy particular e interesante llamada Ocaña. Los ocañeros son gente extremadamente orgullosa de su terruño, sienten que su ciudad es merecedora de elogios y algo de lo se sienten particularmente más orgullosos es de su calidez, ocurrencia, espontaneidad, jocosidad y hacer sentir bienvenido a quien sea… en una sola palabra, son ocañeros. Y así lo pude experimentar la primera vez que llegué a aquel singular lugar.
Todo empezó muy temprano de un día que no recuerdo bien la fecha, pero fue unos pocos días antes del año nuevo del 2001. Habíamos pasado ya algunos días en Santa Marta y era hora de emprender el camino para conocer el pueblo natal de mi entonces novia y por supuesto, seguir el debido protocolo de ser presentado con mi suegra y demás parentela. Y así pues, estábamos saliendo del Rodadero por la carretera al sur que acompaña el macizo que culmina en la Sierra Nevada de Santa Marta, es impresionante ver ese macizo con nieve desde el puerto de Santa Marta, tengo en mi lista de cosas por hacer, llevar a cabo una caminata y explorar la ciudad perdida de los indios Arhuacos. Me imagino subiendo esa cordillera y avanzar por aquellos lugares donde se va pasando del clima tropical a la nieve, no puedo imaginarme las villas y aldeas de los habitantes indígenas que todavía viven como sus ancestros. Debe ser una colección de postales que no quiero morir sin poder disfrutar. En fin, avanzamos desde El Rodadero directamente al sur y tenemos varias aduanas frente a nosotros; la primera en Fundación, un pueblo cuasi costeño con una vía de tren y vendedores de sinnúmero de artículos para la playa, plátanos fritos en bolsa y no falta el vendedor de paletas congeladas. La siguiente aduana es Bosconia, posteriormente otro pueblo que se llama Pailitas y lo que me gusta ver como la última aduana antes de subir el Alto de Sanín Villa es Aguachica. Empezando por Fundación, íbamos enfilados en un gran bólido coupe Mazda color blanco, que aunque estaba entrado en años, se portó a las mil maravillas. A veces teníamos que apagar el Aire Acondicionado del vehículo para poder hacer rebases en la carretera y nos divertíamos pensando que ese era el turbo del carro. Así empezamos a aventurarnos hacia el corazón de la región del Catatumbo. Para cuando dejamos atrás la Ciénaga de Santa Marta, en ambos lados de la carretera se veían infinitas plantaciones de banano, en muchas de estas plantaciones cubrían las pencas de banano con bolsas plásticas de colores que adornaban estas plantaciones. Se veían colores azules, rojos o blancos en esta inmensidad bananera. Así pasamos algunos kilómetros cuando vi que pasamos por un anuncio que leía: “Aracataca”. Pedí imperiosamente hacer esta escala no planeada en éste patrimonio de la humanidad no declarado, pues aquí es la cuna de Gabriel García Márquez y siendo Cien Años de Soledad uno de mis libros favoritos de narrativa, fuimos a la casa que vio nacer al “Gabo”. El pueblito es cautivante, no por otra cosa más sino porque es un viaje en el tiempo. Me sentí en la década de los 50’s o algo así. La estación de tren es un solo edificio blancuzco o más bien grisáceo con un rótulo en la parte posterior con el nombre del poblado. No había señalizaciones de cómo llegar a la casa Museo de García Márquez, pero preguntando se llega a Roma y así en poco minutos estábamos en la casa museo del “Gabo”. No es gran cosa, pero valió la pena la visita y más que quedaba de camino. Lo que sí encontré interesante fue su cuarto, así como lo que proclaman fue su primera máquina de escribir digna de cualquier museo y algunos manuscritos bien guardados. Nos tomamos alguna fotos, todavía usábamos una cámara con rollo de 35mm, no teníamos ni eran comunes las cámaras digitales y llevarme en mis recuerdos este lugar.
Así continuamos nuestro camino hacia el sur, en estos años todavía había gran peligro en las carreteras, aunque se decía que había un “cese al fuego” entre el ejército, los paramilitares y la guerrilla por las fiestas de Navidad, cada ciertos kilómetros a lo largo de la carretera había retenes militares. El conocimiento empírico mezclado con la creencia popular, nos decía que si pasaban más de 5 minutos sin ver un carro en el carril contrario, quería decir que los guerrilleros habían hecho algún retén o pesquisa y era mejor regresarse, así que íbamos todos muy despiertos y prestando atención a la carretera. Afortunadamente todo pasó sin contratiempos y llegamos a Aguachica en el horario estimado, todos en el carro íbamos de buen ánimo, a veces cantando, a veces “echando cuentos” como dicen en Colombia al referirse a una rica platica y con este humor empezamos la subida de Sanín Villa. Conozco carreteras pesadas, he pasado los macizos oaxaqueños entre Pinotepa y Huajuapan pero este trayecto de carretera de no más de 80 kms tiene su grado de dificultad. Esa subida parece no tener fin y no creo haber visto más de 20 ó 30 metros de recta en ningún momento, lo que hace los rebases muy difíciles especialmente si te toca un camión de carga enfrente. Pasamos este famoso trayecto del terror y Ocaña quedaba ya a pocos kilómetros, además, con el gran piloto que teníamos que no solo conocía la carretera de derecha a izquierda, sino que también los puntos interesantes y de gran valor cultural de Colombia, hicimos una parada sorpresa en una estación de servicio. Esta gasolinera no era nada de otro mundo, de hecho era bastante fea y con no más de un par de bombas en servicio. En medio de la nada con algunas casas escondidas entre los cerros, no se veía que tuviera algo escondido para ofrecer, sin embargo, esta gasolinera guardaba un secreto, un secreto culinario que pocos han degustado: ¡Empanadas típicas! Que bien nos cayó comer una empanadita con su respectivo Postobón. Aprovechamos para llenar el tanque del auto también y poco tiempo después llegamos a Ocaña a casa de Mamá Nubia quien ya nos esperaba con bombos y platillos.
Mamá Nubia auto bautizada así, es de temple de acero, forjada al ser una matrona de un rancho lechero en las llanuras de Aguachica, tiene una gran historia de la que nunca seremos conocedores al cien por cien. Pero de lo que pude recuperar, se que nació en Hacarí allá por la década de los 40’s. La madre de Mamá Nubia se llamaba Aura originaria de La Playa de Belén, todos estos pueblos en la hermosa provincia del Norte de Santander. ¡Doña Aura tuvo nada más ni nada menos que 15 hijos! Mamá Nubia fue la décima. La historia de Mamá Nubia empezó cuando casi recién nacida se la llevaron en mula de Hacarí hacia Ocaña, pero como estaba enfermita de diarrea y pensaron que podía morirse en el trayecto, siendo una familia muy católica, decidieron bautizarla en Hacarí. Hoy en día el trayecto se recorre en un par de horas, pero en esas épocas se llevaba uno todo el día.
El padre de mamá Nubia se llamaba Lázaro y la razón del viaje de Hacarí a Ocaña fue porque lo nombraron secretario de la alcaldía de Ocaña. Don Lázaro había estudiado en el seminario de Ocaña para posteriormente incorporarse al seminario de Santa Marta, y estando a punto de ser ordenado cura y sólo le faltaba efectuar una misa para recibir la sotana, fue que conoció a Aura y se enamoró perdidamente de ella. Parece que en esas épocas se acostumbraban los matrimonios desde muy jóvenes y Aura se terminó casando con apenas 14 años de edad con el estudiante de sacerdote. Así se casaron en La Playa de Belén.
Nubia estudió en la Normal de señoritas y en el Colegio en la Presentación, ambos Institutos en Ocaña. Y la historia de amor de Nubia, también es interesante. Ella se encontraba pasando unas vacaciones en Tierra Caliente en una finca ganadera de una amiga de su mamá, no muy lejos de Aguachica, cuando cuentan que llegaron tres jinetes montados a caballo, uno era Don Efraín, otro era su hijo Fernando y el tercero el sobrino de Don Efraín, Fernel. Todo parece indicar, que el flechazo de cupido hirió profundamente a Fernando, pues de inmediato se interesó por aquella señorita que estaba recostada en la hamaca, Fernel le dijo que ella era hermana de un tal Millo y que se llamaba Nubia. A ella de inicio, no se había sentido atraída por él, pero Fernando poco a poco la cortejó, primero lo intentó con un llaverito que hizo con el rabito de una ardilla. Posteriormente, se averiguó en dónde vivía y seguido le llevaba revistas, regalos y empezaron a salir en familia. En otra ocasión Fernando hizo una excursión con su grupo de la escuela a la playa y él le trajo unas conchitas en las que había grabado el nombre de Nubia, una por cada día que estuvo en la playa. En esa excursión, el Rodadero que hoy en día está lleno de apartamentos, era una duna de arena y los pelados se rodaban por las dunas de arenas hasta el mar, de ahí el nombre de Rodadero.
Así pasaron algunos meses que pudieron ser pocos años y Fernando se fue a estudiar veterinaria en Montería, pero no pudo y no quiso estudiar más, pues estaba decidido de casarse con Nubia y regreso a Ocaña, Fernando estaba completamente enamorado de Nubia así que inmediatamente regresó de Montería, le pidió matrimonio a Nubia y se casaron. Se fueron a vivir a la finca del padre de Fernando en Aguachica. Aquella finca ganadera y lechera, sería su hogar por varios años, 6 años vivieron allí y así es como de este matrimonio nacieron Gloria Lucía, María Alejandra y Carlo Fernando.
Regresando a la historia de la travesía, llegamos a la casa de Mamá Nubia y recuerdo perfectamente bien, que tenía hecha una lasaña muy rica. Dejamos nuestros equipajes cada uno en su aposento designado y nos vimos en el comedor. Obviamente nos hicieron el recorrido obligado de la casa incluyendo la decoración y el arbolito de Navidad y el famoso pesebre de Mamá Nubia para después pasar a comer. Así empezó el tour de Ocaña, en donde en un tiempo récord de 3 días tuve que beber una cantidad colosal de aguardiente, comer como si estuviera en engorda y conocer y recordar el nombre de todos los parientes y amigos de la familia política. Para ese entonces, Mamá Nubia ya había enviudado, el padre de mi ahora esposa, fue muerto por la guerrilla en un mes de Junio de 1990.
La segunda parada de éste tour fue la casa de Doña Allis, la abuela paterna de María Alejandra y por lo que cuentan las malas lenguas, una matrona más del pueblo. La leyenda cuenta que Doña Allis nunca estaba sola, que siempre había alguien del pueblo haciendo visita y que aunque es muy viejecita, parece que nunca se le acaban las fuerzas porque sin falta todos los domingos camina a la iglesia para ir a misa. Hasta donde yo me quedé, parece que esta leyenda era veraz, pues nunca vi a Doña Allis sola ni un minuto en su casa. Siempre había alguien haciendo visita y platicando con ella, o como dicen, echando cuenticos acompañados de pan ocañero y café.
Otra parada obligada fue a la panadería que los primos de mi novia tenían en el mercado central de Ocaña, en dónde probablemente he comido el pan ocañero más delicioso. Posteriormente nos invitaron a su casa también a cenar propiamente. La casa de Doña Ligia. Quién era más parecida a una hermana de Don Fernando que su prima, pues se criaron juntos estaba muy cerca del centro de Ocaña y tenía una terraza preciosa. Nos sentaron y ofrecieron una gran comilona y mucho trago. Al igual que las demás paradas obligadas ocañeras, se sirvió aguardiente, comida y se narraron muchísimas aventuras de toda la familia.
Justo allí, en ese momento entendí que Gabriel García Márquez no inventó un estilo literario, describió con una gran narrativa y una pluma sincera, la magia de la gran Colombia. Así, mientras la lasaña de Mamá Nubia calentaba mi alma y el aguardiente avivaba las historias, entendí la verdadera esencia de ese gran país. No era aquel territorio inmenso y glorioso, ni la hazaña de Bolívar y sus héroes en los libros de historia. No, la Gran Colombia no era un concepto del pasado. Era el abrazo de Doña Ligia, el pan ocañero que me ofrecían los primos en el mercado, el humor espontáneo y las carcajadas que llenaban cada rincón de aquella casa. Allí en Ocaña, ese pueblo orgulloso y singular, el sueño de unión de los libertadores no se había desvanecido. Seguía vivo en la calidez de su gente y en esa forma de hacerte sentir parte de su familia sin importar de dónde vinieras. Aquel viaje no fue solo una travesía por carreteras y paisajes espectaculares, sino un viaje al corazón de un país que había encontrado su verdadera grandeza en la sencillez de sus habitantes. Y de esta forma, en aquel rincón del Catatumbo yo también encontré un pedacito de ese gran país que se quedó conmigo para siempre.