Era una mañana fresca de principios de Marzo. En ese entonces trabajaba como Líder de Proyectos de una fábrica de ensambles de tubos para la industria aeroespacial. Ya llevaba un par de años en esa empresa, primero estuve en el área de ingeniería y de ahí pasé a manufactura o cómo se le dice; al piso. Mi equipo era de tres ingenieros de manufactura y co-dirigía las tareas de la compra, producción y calidad de lo que manufacturábamos. Esa era mi vida laboral. En lo personal, ya me había casado y vivía junto con mi esposa María en un departamento pequeño muy cerca del campus del Instituto Tecnológico de Monterrey en Querétaro. Nuestro apartamento, más que de recién casados, parecía un departamento de estudiantes, pero nos alcanzaba para eso y poder tener una vida básica y medianamente decente. En el trabajo me llevaba bien con casi todos pero muchas veces le daba poca importancia a los problemas de la gente, pues pensaba que uno debía enfocarse en resolver primero sus propios problemas y asegurarse de salir adelante antes de darle importancia a los problemas de los demás. Pues también afectaba que en ese momento mi vida no era precisamente la mas fácil.
Pues esa mañana, como muchas otras mañanas, salí de mi apartamento en mi Volkswagen Pointer color plata para llegar a trabajar alrededor de las 7:30am, la ventaja de vivir en dónde vivíamos es que estaba bastante cerca del trabajo. Y cómo de costumbre, entré a mi oficina, o mejor dicho, a mi lugar de trabajo que no era más que un escritorio en una serie de cubículos en el piso de la celda de manufactura. Me serví un café y encendí mi computadora. Mi cubículo estaba ubicado a pocos metros de la máquina curvadora. Todavía se sentía algo del fresco de la mañana. Empecé con mi rutina de trabajo como un día cualquiera. Al poco rato sentí que mis dientes delanteros se movían y me puse algo nervioso. Aquí me veo obligado a hacer un paréntesis. Yo tengo un puente en mi diente incisivo izquierdo de arriba que se sujeta de los dos dientes laterales dándole estabilidad sin sacrificar la parte cosmética, pero en ese momento el puente se sujetaba solamente del incisivo derecho, era algo así cómo medio puente. Durante una época, me sucedía bastante seguido que se movía y tenía que ir al dentista, pero esta vez, yo estaba lejos geográficamente de una solución. La última vez que me lo habían arreglado había sido gracias a la caridad y profesionalismo del cuñado de mi esposa… ¡en Colombia! y ya me había durado algo de tiempo sin moverse, pero llegó a pasar justo esa mañana. Ese día estaba un poco lejos y sin la facilidad de comprar un boleto para irme a Colombia a hacer dicho tratamiento, así que estaba nervioso. El día transcurrió y para la comida yo estaba ya muy preocupado. ¡Lo peor que me podía pasar era que se me cayera el dichoso puente y quedara chimuelo en la oficina! Ciertamente tenía que evitar que eso sucediera. Así que durante el día y especialmente a la hora del almuerzo, me serví más ensalada y menos cosas duras para evitar morder más. Nos sentamos como siempre lo hacíamos, mi equipo de trabajo y yo en la mesa y parecía que ya nos conocíamos bastante bien porque notaron de inmediato que algo me preocupaba, que no era el mismo de siempre. Les conté lo absolutamente necesario sin entrar en muchos detalles pero les hice saber suficiente por si tenía que salir de imprevisto, supieran que era por una causa “mayor”. Y pues pasó lo que tenía que pasar, el diente se soltó completamente, por suerte no se salió de mi boca y pude llegar al baño. Intenté de todas formas sujetarlo, haciendo una cuña con papel de baño, para poder pedir la salida e irme a casa a buscar una solución y así lo hice. Recordé que unos meses antes, había conocido a un dentista jugando raquetball y que justamente se dedicaba a implantes y puentes y le llamé explicándole mi situación. Me acomodó una cita de urgencia y fui a su consultorio. Para mi suerte, caí en las manos de uno de los mejores dentistas que he conocido y rápidamente me arregló el problema pero eso era una solución temporal. Para realmente resolver el problema, teníamos dos opciones: hacer un implante y eso conlleva todo un tratamiento largo y demasiado costoso y en ese entonces no se sabía si el injerto podía ser rechazado por el cuerpo o no y la segunda opción, era hacer un puente nuevo que se sujete de dos dientes. Ambos tratamientos significaban una factura alta, nos decidimos por la segunda opción pero tenía que juntar poco más de 30 mil pesos mexicanos en el 2006, que equivalían a dos meses de mi salario y no tenía ahorros, ni tarjeta de crédito con ese límite. Todos mis hermanos estaban pasando por momentos bastante difíciles y yo era el que menos problemas tenía en esos momentos, así que pedirles dinero no era una opción. Tuve que hacer lo que cualquiera hubiera hecho; pedir un crédito al banco. Durante los siguientes días estuve estresado y les terminé contando a Alex, Iliana y Victor (los tres ingenieros de mi equipo de trabajo) sobre el problema y que iba a necesitar que me cubrieran en la oficina en lo que arreglaba el trámite que duraría algunos días más. Estaba en citas con el banco llevando papeles cuando el puente se empezó a mover de nueva cuenta, Sabía que tenía pocas horas para arreglar el problema antes de salir a la calle chimuelo y le pedía al ejecutivo del banco toda su ayuda para agilizar el trámite y quedé en sus manos. Regresé a la oficina poco después del almuerzo. Alex me vió llegar y se me acercó, me preguntó cómo me había ido, le dije que estaba esperando y me llevó a nuestra sala de reuniones pues me dijo que teníamos un problema y que necesitaban mi ayuda. Yo no tenía ni tantitas ganas de resolver problemas de la oficina ni mucho menos de lidiar con tormentas en vasos de agua, pero accedí, pues también me ocuparía mi mente en otros temas. En la sala estaban Iliana y Victor y nos sentamos los cuatro. Alex metió la mano como para sacar su laptop y me entregó un sobre amarillo y me dijo, “Malo, queremos darte esto para que arregles tu problema”. Extendí mi mano, abrí el sobre y era dinero. Estaban los 30 mil pesos que necesitaba para hacerme el tratamiento. Quedé sin palabras, mi primer impulso fue negarme, sabía que ninguno de ellos tenía ingresos altos y eso era bastante dinero. Me dijeron que no era un regalo pero que para ellos era importante que yo estuviera bien y que siempre había sido buena persona con ellos. Tomé el dinero y les dije que les pagaría en cuanto saliera el crédito bancario. Llamé al dentista para sacar cita a la brevedad y me agendaron una para el día siguiente. Mientras manejaba de regreso a casa esa tarde me sentí fatal. No supe cómo lograron juntar esa cantidad de efectivo en tan pocos días ni lo que tuvieron que sacrificar, ni la seguridad que yo les podía dar sobre el pago ni la certeza de una fecha. Todos rentaban casa, tenían gastos corrientes y eso era mucho dinero. Mi cabeza no dejaba de darle vueltas a esto. Aprendí una lección valiosa ese día y es que los ángeles de la guarda aparecen cuando uno no los espera, cuando uno más los necesita y de las personas menos esperadas y que por fortuna no son tan ajenos a los problemas de los demás como yo lo era.
